Arena de pasiones encontradas, mitos ideológicos y conquistas sociales, Cuba conmemorará en este enero el medio siglo del histórico triunfo revolucionario de 1959. Y lo hace ataviada con realidades contrastantes. La isla es el único país de América Latina cumplidor de las metas del Milenio de la ONU, cuenta con la mortalidad infantil más baja del hemisferio (7 por cada 1000 nacidos vivos) y una expectativa de vida de 78 años, posee un 99% de los niños escolarizados, la mitad de su población entre 18 y 25 años está incorporada a la educación superior y todos existen una cobertura de salud y seguridad social universales. Los niveles de desigualdad son acotados y se apoya a las regiones y familias vulnerables, con un control estatal de los recursos naturales y económicos fundamentales, que permite diseñar y aplicar políticas de desarrollo relativamente autóctonas. La psicología y cultura popular nacionales reivindican valores como la equidad, solidaridad, la dignidad y el espíritu emprendedor; reforzados en su mayoría por políticas de la Revolución.
Sin embargo, la isla también enfrenta desafíos mayúsculos: desde hace 30 años no garantiza su reemplazo poblacional de largo plazo, y desde el 2006 la población cubana decrece1Por factores aún no suficientemente claros, algunas cifras indican que en el primer semestre de este año se produjo un moderado crecimiento poblacional, fenómeno que habría que seguir atentamente. y envejece ante el efecto combinado de la baja natalidad (hija del alto nivel educativo), la buena cobertura médica, el peso de las dificultades económicas y una migración con énfasis en jóvenes calificados. Existe un 20% de pobreza urbana y una extensión del subconsumo; pulula una amplia economía informal y el irrespeto de una legalidad frecuentemente interpretada como ilegitima por una ciudadanía carente de cultura jurídica. El interés de institucionalizar los procesos choca con el hasta ahora amplio ejercicio discrecional de decisiones ejecutivas y la (con)fusión entre el Partido Comunista de Cuba (PCC), el Estado y el Gobierno; con una cultura de gestión política centralizada y verticalista, que ha estimulado poco el desarrollo efectivo de los poderes populares locales y restringido funciones ministeriales. Mientras que al gobierno de los Estados Unidos se le percibe como amenaza histórica a la independencia nacional, la sociedad gringa aparece como horizonte de vida deseable para cantidades significativas de personas.
Durante el período que va de agosto de 2006 a febrero de 2008 fue efectuado sin sobresalto el relevo de liderazgo, las funciones de mando fueron repartidas y el presidente Raúl Castro impulsó un fortalecimiento de la institucionalidad, dirigido por el Partido. Los cambios son particularmente necesarios para un 70% de los 11 millones de cubanos nacido después de 1959, con énfasis en los tres millones de habitantes menores de 20 años, para los que la crisis material y sus efectos morales constituye “su vida y visión del socialismo”. El saldo de la etapa se expresó en un conjunto de decisiones puntuales: el ajuste de las inversiones de la “Batalla de Ideas”2Conjunto de planes e inversiones sociales de variable impacto, inspirados por Fidel Castro y dirigidos centralmente por equipos constituidos al efecto, que tratan de enfrentar problemas y demandas acumulados en los críticos años 90: desempleo juvenil, falta de personal docente y de salud, servicios médicos de alta tecnología, restauración de centros culturales, ediciones masivas de libros, entre otros. Funcionando paralelamente a (e imbricándose con) los servicios públicos tradicionales, han utilizado grandes montos de recursos del presupuesto nacional, a partir de su despliegue en el año 2000.; el pago de deudas estatales a campesinos privados y la elevación hasta en un 250% de los precios “de acopio” que paga el Estado por la leche y carne producidas por aquellos; cierta flexibilización de la política aduanera para permitir la importación individual de artículos electrodomésticos. Y se produjo el anuncio de una añorada reforma salarial que eliminaría los topes a los ingresos devengados, estimulando el desempeño personal.
Durante la etapa se emprendieron algunas inversiones industriales (petroquímica), se rehabilitaron acueductos y viales, se acometieron cruciales obras hidráulicas en las provincias orientales, afectadas por la sequía. También se impulsó la producción y comercio territoriales de hortalizas y leche, hubo un sensible mejoramiento del transporte público en la capital y cierta recuperación en sector de la salud, la gastronomía y el comercio. Sin embargo continuó restringida la oferta de la libreta de racionamiento (válida para cubrir por 15 días3Se trata de un dato que refiere lo asignado en Ciudad de la Habana, ya que el resto de las provincias y especialmente las zonas rurales reciben aún menos productos. Y en todo el país hay rubros (aseo, grasas, cárnicos, lácteos, verduras, etc.) que deben comprarse en establecimientos corrientes, a precio de mercado. las necesidades básicas de alimentación), se mantuvo el estancamiento de los ingresos personales reales (cada familia destina actualmente a la alimentación casi el 80 % de sus ingresos personales), mientras el modesto incremento salarial de fines del 2005 fue reducido por el aumento de la tarifa de electricidad para el ahorro energético.
Aunque algunas demandas populares (fin de restricciones a viajes al exterior de los ciudadanos, más espacio a iniciativa personal, etc.) siguen durmiendo el sueño de los justos, se han levantado prohibiciones relativas al acceso a los hoteles; al servicio de comunicación celular y a la venta de varios tipos de bienes de consumo demandados por segmentos solventes de la sociedad. Desde diversas ópticas estas “aperturas” han sido frecuentemente valoradas desde enfoques polares (apuesta de la libertad personal con énfasis en derecho formal versus defensa de una equidad social anclada en la capacidad efectiva de realizar el consumo) revelando la necesidad de un marco de creación y ejercicio de derecho con participación ciudadana y del control de acciones discrecionales del funcionariado. Ya que tanto un perfeccionamiento democrático del socialismo, como la defensa de los intereses populares ante una potencial restauración capitalista (dirigida por segmentos de la tecnoburocracia), supondría el impulso a formas de contraloría social, rendición de cuentas y creación de interfaces “sociedad civil-estado” donde la primera no sea mera correa de transmisión de las decisiones del segundo.
En la dimensión exterior, la necesaria y promisoria orientación latinoamericanista recibe hoy impulsos con la continua condena al bloqueo yanqui, la entrada cubana al Grupo de Río, y el espaldarazo del gobierno brasileño (con incremento del comercio, el crédito y las inversiones) simbólicamente sancionado con la invitación de Lula a Raúl para una visita a tierras cariocas. La normalización migratoria con México, y las mejoradas relaciones con Argentina y Colombia, parecen apuntar a una dirección positiva. Sin embargo, el acercamiento Cuba-A. Latina confronta varios escollos fundamentales. Las dificultades internas de los aliados (conflicto de autonomías en Bolivia, disputa electoral en Nicaragua, fortalecimiento de la oposición en Venezuela); las presiones de la actual crisis económica mundial; y el hecho de que los nuevos gobiernos «progresistas» de la región hablan un lenguaje diferente del discurso y cultura política oficiales cubanas, son algunos de ellos.
Afortunadamente, existe en el liderazgo un consenso en la necesidad perentoria de sacar adelante la economía y aumentar la producción de alimentos.4El vicepresidente Esteban Lazo, en una reunión del PCC en la provincia de Matanzas el 17 de junio de 2008, llamó a trabajar «con disciplina» y «mayor eficiencia » para aumentar la producción de alimentos, disminuir las importaciones cómo “estrategia fundamental del país y la mayor contribución que puede hacer hoy el Partido para salvar el socialismo”. Durante la Asamblea Provincial del PCC en la provincia de Santiago de Cuba, a finales de julio de 2008, el primer vicepresidente José Ramón Machado Ventura, mencionó «la baja productividad de las fuerzas, falta de exigencia, ausentismo y el descontrol existente en no pocas entidades» como factores responsables de los «insuficientes niveles productivos » en el sector agropecuario de la provincia, más allá de la limitación de recursos. Estas, y otras medidas de beneficio popular (construcción de vivienda, aumento de pensiones- limitadas en su aplicación y expansión ante las demandas acumuladas y los factores demográficos ya señalados-, y cese de prohibiciones absurdas) pueden mejorar el entorno donde se ejerce la gobernabilidad, y rebajar la presión social. Pero no bastan para reconstruir el monopolio estatal de asignación de recursos, valores y movilidad social de décadas pasadas, mientras las prácticas generalizadas de ilegalidad vinculadas a economías de sobrevivencia minan los fundamentos morales y la base material del poder.
La actual coyuntura es sin dudas un espacio de retos y oportunidades, siempre influidos por las contingencias. Como plantea un destacado politólogo cubano “En la burocracia uno se puede encontrar personas más propensas y menos propensas al cambio, pero dentro de la burocracia en posiciones de poder hay un sector recalcitrante, que no querría ceder un ápice de poder, descentralizar, darle más participación a la gente en las decisiones.5En juego, un nuevo modelo del socialismo en Cuba”; entrevista a Rafael Hernández, Gerardo Arreola, La Jornada, 29 de noviembre. Obviamente, con un liderazgo histórico en declive, los gobernantes tendrán que desarrollar nuevos mecanismos de movilización y participación política, es decir, tendrán que establecer nuevas “reglas del juego” para lograr consenso y manejar los conflictos internos. La pregunta entonces será si se radicalizarán estrategias ancladas en visiones conservadoras de “los valores históricos de la Revolución”; si se emprenderán reformas económicas al estilo chino o vietnamita; o si se reinventa, participativamente, el socialismo cubano.
El reto más subversivo, difícil y urgente es garantizar la continuidad sostenible de las grandes promesas de la Revolución (soberanía nacional, desarrollo autóctono, justicia social) imbricándolas con mayores cotas de protagonismo popular y reconocimiento de la pluralidad. Ello implica, como acertadamente dice Rafael Hernández, director de la prestigiosa revista Temas “(…) abordar problemas de fondo, entre ellos: ampliar las formas de propiedad de los medios de producción para incluir la propiedad social y privada, fortalecer la hoy deficiente participación de los ciudadanos en las decisiones de gobierno y en el control de las políticas públicas y rearticular el consenso político en torno a un nuevo modelo de socialismo (…)” y sobre todo aceptar que “(…) En el socialismo, el diálogo entre los dirigentes y la opinión pública, y los cambios derivados de éste deberían ser parte de la política normal, no una campaña o una consigna para ciertas etapas de crisis. Que el proyecto socialista se renueve depende en buena medida de esa capacidad del liderazgo para interactuar con un pueblo educado, gracias a la revolución, y que por eso mismo tiene su propio criterio.”6Rafael Hernández, “El reto, un nuevo modelo”, revista Procesos No 1634, 24 de febrero de 2008, México. Enfoques esencialmente compartidos por este autor son los de Carlos Alzugaray, “Una aproximación desde la Isla, El ser y el devenir político de Cuba en los albores del siglo XXI”, Dossier “Cuba el cambio a debate”, revista Encuentro, 2008; y “Cuba en su laberinto”, entrevista realizada a Aurelio Alonso, publicada el 15 de noviembre de 2008 en la revista digital La Ventana, de Casa de las Américas. Sugerentes resultan algunos criterios vertidos en “Sobre la transición socialista en Cuba: un simposio” revista Temas, no 50-51, abril-septiembre de 2007.
Preservar un conjunto de conquistas de la Revolución, destacándose la noción de derechos sociales efectivos, universales y asimilados cómo responsabilidad estatal, junto a la aspiración a una creciente participación política de sujetos populares, son condiciones para desplegar una democracia socialista. En Cuba, ello supone la necesidad de superar la fragmentación asociativa generada desde la institucionalidad estatal, el fomento de espacios autónomos de organización popular, la reactivación y resignificación de las organizaciones de masas (reorientando su misión social), el impulso a las formas de democracia laboral, descentralización y gestión participativa de lo local, y una real democratización de las instituciones y organizaciones políticas capaz de frenar el fortalecimiento burocrático.7Julio César Guanche, La autogestión del futuro (inédito), ponencia presentada en Belén do Pará, Brasil, en el verano de 2008. También Haroldo Dilla “La dirección y los limites de los cambios”, revista Nueva Sociedad, No 216, julio-agosto de 2008 y Armando Chaguaceda, “La ley y el desorden: lecturas desde la suciedad incivil”, revista Alma Máter, octubre de 2008, la Habana. Pero también el despliegue de un modelo de desarrollo agrícola ecológicamente virtuoso, integrador de factores productivos, sociales y culturales, que reconozca preferencia a las formas socialistas (no meramente estatales), la complementariedad de modalidades de propiedad y gestión, y la conformación de redes económicas territoriales que sustenten un desarrollo local armónico y centrado en las necesidades ciudadanas. A fin de cuentas, el socialismo cubano, vencido el reto de la sobrevivencia, tiene ante sí la enorme responsabilidad de revitalizarse, cómo esperanza para la gente de a pie, tanto dentro como fuera de la heroica y hermosa isla caribeña.
Politólogo e historiador. Profesor del Campus Virtual de CLACSO, miembro de la Cátedra Haydeé Santamaría” de la Asociación Hermanos Saìz (Cuba), doctorante de la Universidad Veracruzana.